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ESCULTURA


La formación rigurosamente sometida a los cánones emanados de la Academia de San Fernando, en Madrid, y de L'Escola de Llotja, en Barcelona, fue la responsable en gran medida de la pervivencia del clasicismo durante todo el siglo XIX, dando lugar en sus décadas centrales a una época confusa, de transición al realismo, que apenas dejó aflorar una escultura genuinamente romántica, marcada, cuando se dio, por una temática costumbrista, de interés apenas decorativo, caracterizada por la repetición y hasta cierta intrascendencia.

Vertebrada la escultura religiosa por la recuperación de las formas barrocas, donde se mejor se puede observar esta situación es en el retrato, que pasó de las formulas idealizadas propias del clasicismo académico al retrato realista típico de la Restauración sin que el romanticismo llegara a impregnar de forma significativa la práctica escultórica, generalmente volcada a satisfacer encargos oficiales destinados a decorar edificios administrativos.

Con todo, a partir de época isabelina es posible percibir ciertos cambios de actitud en algunos autores, interesados en dotar a sus figuras de más movimiento y también de una creciente expresividad, dando lugar a obras caracterizadas por cierto lirismo idealizado, a veces casi estereotipado, pero siempre al servicio de los nuevos valores del liberalismo.

Los escultores de la corte isabelina


De entre los escultores de cámara tal vez sea Francisco Pérez del Valle (1804-1884) el que más destacó en el retrato, como ponen de manifiesto su Isabel II (Madrid, Palacio Real) o la estatua del rey consorte, Francisco de Asís (Madrid, Museo del Prado, depósito de la Biblioteca Nacional), deudores ambos todavía de cierto gusto clasicista, como se observa también en los que dedicó a Narváez y a Torrijos (Madrid, Museo del Ejército).

José Piquer Duart (1806-1871), último escultor de cámara que ostentó tal cargo, se movió entre la tradición clasicista y las primeras influencias del realismo, ya claramente perceptibles en su estatua de Isabel II (1855, Madrid, Museo del Prado, depósito de la Biblioteca Nacional), en los retratos marmóreos de la regente María Cristina (Madrid, Palacio Real) o en los que, en bronce, dedicó a varios generales (Madrid, Museo del Ejército). De carácter histórico son sus estatuas conmemorativas dedicadas a Fernando el Católico, ecuestre, y a Colón, ambas en Barcelona. Es, sin embargo, su San Jerónimo recostado en un peñasco (1845, Madrid, Museo del Prado-Casón del Buen Retiro) la pieza fundamental de su producción. Entroncan en ella los presupuestos clasicistas con la recuperación, muy romántica, de la tradición imaginera española, como volverá a demostrar en la serie de esculturas de santos que realizó entre 1847 y 1850 para la iglesia de Santa María de Tolosa.

De Ponciano Ponzano Gascón (1813-1877), un artista muy influido por las corrientes del segundo clasicismo europeo, con las que entró en contacto durante su estancia en Roma, merecen reseñarse, además de sus alegorías mitológicas, como las del bajorrelieve que cubre el frontón del Congreso de los Diputados (1848), diversos retratos, en especial los dedicados a sus protectores, la regente María Cristina, Isabel II y el Conde de Toreno. Una de sus mejores obras es la estatua orante de la Infanta Carlota, destinada al polémico Panteón de Infantes de la iglesia de El Escorial (1862-1888).

Claramente deudor de su formación italiana, Sabino de Medina Peñas (1814-1879) realizó una importante serie de pequeños retratos de aire clasicista, varios de los cuales, como los de Gil de Zárate o Pascual y Colomer, se guardan en la Escuela de Arquitectura de Madrid. No obstante, tal vez sea La ninfa Eurídice mordida por un áspid (Madrid, Museo del Prado-Casón del Buen Retiro), imitando modelos greco-romanos, su obra de más éxito, sin olvidar el monumento a Murillo (1861), que se alza hoy en la plaza del Museo de Sevilla.

José Pagniucci (1821-1868), autor de una estatua de Antonio Cavanilles para el Jardín Romántico y de una Isabel la Católica para el Congreso de los Diputados, realizó también varios retratos de interés, como el de los duques de Villahermosa.

La estatua de cuerpo entero de Juan Álvarez Mendizábal (1855), en la madrileña plaza del Progreso, destruida durante la última guerra civil, suele considerarse la obra más importante del escultor, ya plenamente romántico, José Gragera y Herboso (1828-1897), autor también de una destacada estatua del botánico Rojas Clemente (1864, Madrid, Jardín Botánico).

Otros nombres dignos de destacarse que pueden ser englobados en este grupo son los de Pedro Collado Tejada (1829-1887), Diego Hermoso (1800-1849), Felipe Moratilla (n. 1827) o Pedro Juan Santandreu (1808-1838).

L'Escola de Llotja de Barcelona


Precursor en la expresión escultórica de la nueva sensibilidad romántica es el grupo de escultores, discípulos en su mayor parte de Campeny, salidos de L'Escola de Llotja, en Barcelona.

Uno de su primeros representantes fue Ramó Padró i Pijoán (1800-1876), que cultivó en sus trabajos cierta tendencia neobarroca, patente en algunas de sus obras de temática religiosa.

Josep Bover i Mas (c. 1802-1866) pasó de su inicial influencia canoviana, patente en Gladiador herido y Gladiador victorioso (1825-1828, Acadèmia de Sant Jordi, Barcelona), a reflejar en sus trabajos una marcada predilección por temas medievales, más afines al ideario de La Renaixença. Buena muestra de ello son su Jaime I y, sobre todo, el espléndido Joan de Fivaller (1844, Barcelona, Ayuntamiento). Posterior y ya plenamente romántico es el Monumento sepulcral a Jaime Balmes (1865, Vic, Catedral).

El principal escultor catalán de la época es seguramente Manuel Vilar i Roca (1812-1860). Influido durante sus estudios en Roma por la obra de los nazarenos alemanes, los trabajos de su etapa mexicana pueden considerarse ya plenamente románticos, como muestra la magnífica escultura de Tlahuicole (1851, México, Instituto Nacional de Bellas Artes).

Destaca igualmente Doménech Talarn i Ribot (1812-1901), autor centrado en la talla de imágenes religiosas y también de figuras de pesebre.

Josep Anicet Santiagosa i Vestreten (1823-1895), escultor menor, es digno de ser recordado por la columna de hierro de Galcerán Marquet (1851, Barcelona, Plaza del duque de Medinaceli).

Es necesario recordar también otros autores como Ramó Subirat i Codorniz (1828-1891), Joan Figueres Vila (1829-1881), Pau Riera (1829-1871) o los hermanos Venanci (1826-1919) y Agapit Vallmitjana (1833-1905).

BIBLIOGRAFÍA


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